Revolución industrial 5.0

¿Qué es la Revolución Industrial 5.0?

El próximo salto tecnológico: automatización y robótica… para liberar la creatividad de los humanos. En vez de perder tiempo apretando un tornillo, dedicarse a pensar cómo un autómata puede apretarlo mejor.

A veces las revoluciones engendran revoluciones. El vapor (revolución 1.0) permitió la industrialización en cadena, que aceleraría la electricidad y el petróleo (revolución 2.0). La electricidad se transformó en la electrónica que gestó la primera informática (revolución 3.0). Esta nos condujo a la digitalización actual (revolución 4.0) que engendrará la revolución 5.0: se anuncia como la apoteosis de la automatización, la robótica y la cantidad y calidad de trabajos factibles para las máquinas.

Nada ajeno a nuestro presente. El Foro Económico Mundial sostiene que en un lustro el 47% del trabajo podría estar automatizado en un grado notable. O el 45% del tiempo laboral con la tecnología disponible aquí y ahora, según McKinsey & Company.

Para merecer el título de revolución, lo que viene es un salto de escala, profundidad y paradigma. Sucesivas generaciones evolucionadas de robots y máquinas autónomas más brillantes en lo físico, hasta la sutileza y complejidad de una mano, y en lo intelectual, dotadas de la inteligencia artificial más avanzada. A esas disrupciones parciales se suman otras como el desarrollo de la computación cognitiva para el autoaprendizaje, la simulación de gemelos digitales y la miríada de objetos y dispositivos conectados que permitirá un nivel inédito de autonomía, gracias a su vez a un nivel inédito en la capacidad de gestión big data. Algo parecido a la conexión móvil de las personas, pero a la enésima potencia.

¿Un mundo distópico con los humanos orillados por sus propias criaturas? No, dicen los intérpretes de la industria 5.0, y señalan una aparente paradoja: este modelo de automatización implicaría una revolución humanista porque buena parte de esas máquinas se diseñarán para la colaboración fluida con las personas al mando. De ahí su nombre propio: cobots, no solo robots. Por ejemplo una especie de perro que hace mediciones láser en un túnel recién volado para que no tenga que jugársela un topógrafo (ya existe ese piloto en España), o maquinaria autónoma capaz de personalizar productos uno a uno (una de las grandes tendencias de manufactura y consumo en la era 5.0) inspirados por la creatividad de sus compañeros humanos. Esa sería una de las grandes diferencias con ese brazo robótico que suelda piezas en una factoría vacía de gente.

Si se califica de robótica humana es porque la revolución también se enfoca en liberar a las personas de las tareas no solo peligrosas sino rutinarias y con un rédito decreciente en la cadena de valor. No para dejarlas de brazos cruzados, sino para que inviertan todo su tiempo (incluso el de conducir si viajan en vehículos autónomos) en creatividad, sentido crítico y empatía. El valor no vendría de sustituir a las personas sino de su colaboración con máquinas y algoritmos. 

Es agradable imaginar ese escenario: toda una plantilla dedicada a pensar modelos de negocio, mejoras de procesos, cómo saltar la sima entre innovación y producción rentable, prospección, sostenibilidad, comunicación personal con clientes y proveedores, el cuidado emocional del factor humano… Y al mismo tiempo tutelar a esa otra parte robótica o cobótica de la plantilla para facilitar los objetivos anteriores. 

Como en otros saltos tecnológicos, la capacidad de anticipación sería una ventaja estratégica. Si encabezas una tendencia tienes menos riesgo de ser lastrado por ella. Además la industria 5.0 podría implicar una distancia competitiva aún más profunda entre unas empresas (con plantillas humanas liberadas en tándem con máquinas tan capaces) y otras (todavía en fases previas a la robótica). 

Otro factor delicado: el periodo de implantación. No sería rápido ni barato automatizar una economía global al menos hasta que la tecnología sea asequible gracias a su producción masiva.

Si la oportunidad 5.0 se reivindica humana, también lo es el comprensible miedo al cambio. Y al desempleo al menos en esas fases de transición en puestos poco cualificados, los más sustituibles. Aunque quizá sea un miedo infundado: estudios como el del Foro Económico Mundial sostienen que la liberación del tiempo creativo más el beneficio económico 5.0 están precisamente para reinvertir e innovar negocios, fuentes de riqueza y trabajo. Arrasará sectores, creará otros. El Foro auguraba que en 2025 la automatización destruiría 87 millones de empleos y daría a luz 97 millones.

El debate está abierto. Unos, por ejemplo el Parlamento Europeo, consideran los impuestos a los robotspara compensar el periodo de adaptación. Otros plantean que esa solución coarta una transición más breve y eficiente. Su argumento parece poderoso: algunas de las economías más cercanas al pleno empleo, como Alemania, Japón o Corea del Sur, son las más robotizadas.

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